miércoles, 1 de junio de 2011

Testigo

Era día jueves, fin de la jornada. Una noche helada se dejaba sentir, penetrando los huesos, hiriendo mis desnudas manos. Como desearía tener guantes sin dedos, de aquellos que de niño acompañan mis fantasías de días nevados. Odio viajar en metro, pero por lo menos el calor humano me provee del abrigo que necesito. Mis acompañantes llevan rostros dibujados por el tedio y la rutina, ingredientes infaltables en la actualidad. Es entonces, dentro del vagón, cuando los veo entrar. Es una pareja de jóvenes, como tantas otras, pero en ellos pude ver un brillo que los hace único. Buscan un espacio cerca de la puerta, bajan sus bolsos, y se colocan frente a frente con mirada cómplice. Ella, una joven alta con un rostro bello como la primavera, me da una sensación de familiaridad, de ternura y gentileza; él, un poco más alto y cabello castaño, no puede ocultar la fascinación que la joven le provoca. El metro cierra sus puertas retomando el viaje. La joven, debido al movimiento repentino, pierde estabilidad. Él la sostiene entre sus brazos impidiendo su caída. Ella le regala una sonrisa nerviosa y se incorpora. Intercambian palabras que no logro captar, pero tan solo en sus miradas se puede percibir un amor intenso, de aquellos que creí extintos ya hace mucho. De pronto quedan en silencio, mirándose fijamente. Es el momento preciso donde colocar un primer beso. Sin embargo y ante mi asombro unen sus cuerpos en un fuerte abrazo. Tal vez me confundí y solo son muy buenos amigos… pero desde mi ángulo pude ver como ella desliza suavemente su rostro en su cuello, recorriéndole la espalda con sus manos. Él le corresponde rosando su oreja, dejando escapar una sonrisa y una pequeña lágrima. Es entonces que me doy cuenta que estoy ante la presencia de dos grandes amantes.

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